pondras te rosa la falda

Ella camina sin prisa ni rumbo. Por entre la falda va perdiendo versos que una tipa le regaló en el metro esperanzada con tocar a solas su piel. Las calles de Tribunal son su lugar, sonriente y sin gafas de sol. Del tamaño de si misma a los dieciseis y la experiencia implacable que le dieron los treinta. Ya no mira a los ojos de la gente, les mira los pensamientos que se les escapan a través de las pupilas y a la primera les «cala». No hay tiempo para que nadie le pague una copa en un antro de Vallecas ni Malasaña, ni espacio para sexos aburridos debajo de sus sábanas.
Ahora es una y es ella. Y a nadie mira a los ojos hasta que no comparte el tercer café, pero la mayoría se cansa con dos.

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