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caricias de escalón

Verás, me he hartado de tu jueguecito. De tu siempre hacer como si nada, de tu pasividad. De que te lluevan encima, de que te utilicen. De que se lleven a tus parientes, los golpeen y no hagas nada. ¿Y ahora qué? Ahora son la fachada del nuevo ayuntamiento y tú sigues ahí, como siempre, tirada en el suelo, impasible. Y yo ya no sé que hacer para que me digas un «te quiero», para que me acaricies, para que me propongas una salida por la montaña. ¡Si alguna vez me dijeses simplemente una palabra cariñosa! Ahora se hacen patentes los augurios de mis amigas que me decían que te veían poco comunicativa… Pero siempre te estuve esperando, y en mis más profundos deseos siempre pensé que cambiarías, que bajo esa capa rocosa que todos vemos se escondía una timidez entrañable. Pero me equivoqué. Lo nuestro se ha terminado. Para siempre.

¿Así que estabas esperando mis caricias? No lo parecía. Parecías más bien distraída sintiendo que eras útil al edificio, sin diferenciar si te dejabas usar por el fontanero del bajo izquierda o por el ejecutivo del cuarto derecha. Que sepas que ellos siempre te trataron como un objeto, cosa que nunca me podrás reprochar a mi. Te soñé en las noches de invierno, cubierta por la nieve, y en las de verano, arropada por el musgo de la cara norte, mientras buscaba en Tauro la pequeña Aldebarán. Al final me has tratado como el resto, como una piedra en el camino, como un guijarro humilde en el zapato, como un estorbo.

Pero una escalera ajetreada como tú, manoseada como tú, pisada con mil huellas como tú… Necesita productos de limpieza y cuidados, como tú. Ya nunca me susurrarás al oído la de León Felipe, como tú.

Me quedo como siempre, sí, pero en las montañas, a la intemperie, sin olor a amoniaco ni gente que me pisotee con cigarros acabados. Eres una urbanita que necesita gente, porque sin ellos no eres nada. En cambio mi sitio está aquí, sin objetivo aparente, sin sentido nítido. Cuando ya no seas útil te derribarán, porque dotarle de sentido a las cosas es ponerles fecha de caducidad, hacerlas temporales, mortales.

Y yo me pido la eternidad.